Son los que enarbolan el individualismo como bandera de supervivencia, los que se esconden en la indignación como recurso que les ayuda a fingir que algo están haciendo aunque en realidad, permanezcan completamente pasivos ante la ofensiva global que nos está robando la vida.
Es una estrategia extendida que se practica sin distinción de sexo, pero que las mujeres no nos deberíamos permitir. No, porque nuestro margen de actuación ya era más pequeño y cada vez se está reduciendo más hasta retrotraernos a tiempos prehistóricos, cuando éramos seres a caballo entre la esclavitud y la invisibilidad. No, porque llegar hasta donde estábamos, que no era ni mucho menos el final del camino, ha costado sangre, sudor y lágrimas y no es decente dejar perder todo ese capital acumulado que se construyó desde la nada y que se está traspapelando a toda velocidad.
Y no es la hora de las arengas y las interjecciones. Sirven ahora de bien poco los discursos, sin duda bienintencionados, que suenan como un puñetazo sobre la mesa pero en realidad no duelen ni frenan a quien debería encontrarse una resistencia firme e inteligente ante sus ilegítimas pretensiones para con las mujeres.
Si las sufragistas consiguieron el voto, si conquistamos derechos laborales, si entramos en las Universidades y salimos de la cocina, si conseguimos poder de decisión sobre nuestro cuerpo, no fue sólo por reclamarlo en el papel. Hubo muchas que salieron a la calle, que se encadenaron, que practicaron la desobediencia civil, que utilizaron la resistencia pasiva. La historia está llena de mujeres que se visibilizaron hasta resultar inconfundibles, que buscaron alianzas rentables con astucia pero sin renunciar a los principios, que pusieron pleitos en los juzgados que a veces ganaron y a veces perdieron, que tejieron redes incombustibles en las que pescaron piezas por sorpresa y a traición, que nunca despreciaron.
Siempre desde la movilización pacífica, con estilos propios e irrenunciables que no tienen nada que ver con la soberbia o la obcecación, partiendo de la sencillez en los análisis teóricos para llegar a las más complejas y prácticas conclusiones. Pero siempre también desde la pasión y la decisión sabiamente combinadas con la organización y el pragmatismo. Se echa de menos ahora, que tantas mujeres poderosas, conscientes de lo que se está perdiendo, no sean capaces de coordinar sus esfuerzos, sus talentos y sus capacidades para articular una respuesta que no sólo sea de palabras, sino de acción. Una acción global, sintética e integradora capaz de complementar la innegable guerra de guerrillas que cada cual desarrolla desde donde puede y como puede para transformarla en una batalla incruenta que nos permita sobrevivir ante la tormenta perfecta que está arrasando nuestros proyectos de vida..
Es el reto de las mujeres -políticas, sindicalistas, jurídicas, universitarias, deportistas, artistas, empresarias-, de toda clase, pelaje y condición, conciliadas con nuestra diversidad, activas y empoderadas, con inclusión de aquellas que, aún sin saberlo, son feministas porque aspiran a una sociedad igualitaria con un reparto más justo de luces y sombras. Mujeres sóricas empeñadas en buscar y encontrar la estrategia colectiva que nos arme como el ejército imparable, diverso y ajeno a cualquier estereotipo que debemos ser.
Foto: Archivo AmecoPress.