Las apariencias desde luego que engañan. El aspecto físico, afectuoso y acogedor, de Doris Lessing, que acaba de fallecer a los 94 años, nada tenía que ver con la fuerza, el ímpetu, a veces, la ira que escondían algunas de sus obras. Una especie de rabia combativa animaba sus escritos, textos comprometidos con las mujeres, con el ser humano y sus dudas, con cuestiones muy concretas de África, con lo justo y contra lo injusto. La simpatía, cierta dulzura, aparecía, sin embargo, en los encuentros públicos a los que asistía la autora, donde siempre afablemente contestaba rotunda y radical a cualquier cuestión que se le hiciera.
Testigo muy excepcional de un siglo de guerras, Lessing se involucró en la batalla para conseguir no sólo un mundo mejor, menos malvado, sino un mundo bueno y decente. Peleó desde la militancia y desde la literatura, denunció guerras y violencia, acusó a reaccionarios, reveló situaciones inmorales, puso adjetivos a todas las bajezas que presenció… Fue una mujer luchadora, consecuencia de una época -nació en 1919- y de una situación familiar -su padre abandonó el ejército para hacerse granjero en África y su madre se esforzó demasiado por vivir como una gran dama-.
Nació en Irán cuando era Persia, creció en Zimbabue cuando era Rhodesia y cuando pudo hacerlo, se aisló en una casa del noroeste de Londres, en West Hampstead, donde cuidó a su hijo menor, inválido, y escribió, escribió, escribió. “(…) soy incapaz de escribir la única clase de novela que me interesa: un libro dorado de una pasión intelectual o moral tan fuerte que pueda crear un orden,una nueva manera de ver la vida”, confesaba Anna Wulf, protagonista de su mítico libro El cuaderno dorado, una mujer que no era otra que ella misma, autora divorciada, militante comunista, obsesiva escritora… Y con aquellas palabras, Wulf-Lessing explicaba muy pronto el objetivo de su obra y, al mismo tiempo, la pasión por la literatura, la variedad de géneros, los experimentos que nunca abandonó, su incansable empeño por escribir, su hondura…
Crónica de una generación, El cuaderno dorado, sin duda su obra más conocida, fue también el texto que encendió las alarmas e hizo que aparecieran muchos enemigos. Icono feminista para muchos desde la aparición de aquel texto, Doris Lessing se negó a convertirse en portavoz del feminismo de ninguna época. “Eso de ‘la épica femenina’ no me gusta mucho, eso de poner a hombres y mujeres en campos distintos no me parece lo más adecuado… Así es como yo lo veo, pero es evidente que a la gente le gustan las etiquetas: hombres, mujeres, el bien, el mal…”, decía en una entrevista concedida a un periodista español poco después de recibir el Premio Nobel de Literatura.
Doris Lessing no dejó nunca de buscar en todos los rincones de la literatura
Muchas veces confesó Lessing su asombro cuando comprendió que El cuaderno se había convertido en una especie de Biblia del feminismo, sobre todo porque ella lo que había escrito era una “narración sobre la batalla del laborismo en el siglo XX”. Pero el libro vivió por sí solo, y sigue haciéndolo, como otras de sus obras. Novelas generacionales, ciencia-ficción, crítica social, indagaciones psicológicas… Doris Lessing no dejó nunca de buscar en todos los rincones de la literatura y muchos de sus textos -hermosos, certeros, brillantes- siguen respirando después de la última línea.
Tienen su propio aliento Canta la hierba, Instrucciones para un descenso al infierno, Memorias de una superviviente, La buena terrorista, Dentro de mí, Un paseo por la sombra, Alfred y Emily… y todos son una incontestable demostración de que existe en Doris Lessing un alma literaria grandiosa, mucho más singular, más sobresaliente y excepcional que lo que el jurado del Premio Nobel quiso destacar. “Supo capturar lo esencial y la épica de la experiencia femenina, que con escepticismo, fuego y poder visionario ha sometido a una civilización dividida al escrutinio”. Se quedaron muy cortos.