Datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
Pese a la desigualdad en la que las mujeres desarrollan esta actividad, ellas producen la mitad de los alimentos en todo el mundo y entre el 60 y el 80 por ciento en los países en desarrollo.
Si las mujeres campesinas fueran dueñas de las extensiones de tierras de las que son propietarios los hombres, tuvieran acceso a créditos, insumos y capacitación, la producción agrícola en los países en desarrollo aumentaría entre dos y cuatro por ciento, lo que contribuiría a reducir el porcentaje de personas subnutridas en el mundo entre 12 y 17 por ciento.
Datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) revelan que, pese a la desigualdad en la que las mujeres desarrollan esta actividad, ellas producen la mitad de los alimentos en todo el mundo y entre el 60 y el 80 por ciento en los países en desarrollo.
Sin embargo, mientras las mujeres no puedan producir en igualdad de condiciones, no podrá hablarse de que se ha alcanzado la seguridad alimentaria, pues no se trata solo del acceso a los alimentos, sino también de la distribución de recursos para producirlos y la generación de poder adquisitivo para comprarlos, apunta la FAO.
Por ello, esta organización señala que toda estrategia para lograr la seguridad alimentaria sostenible debe necesariamente abordar el problema del limitado acceso de las mujeres a los recursos productivos y, por supuesto, su acceso a una buena alimentación, ya que hoy muchas mujeres siguen sufriendo hambre.
El acceso a los recursos
A pesar de que en los últimos años los fenómenos migratorios han generado que las mujeres se conviertan en las cabezas de sus hogares y que tengan que tomar un papel activo en la agricultura, no tienen acceso igualitario a los recursos.
El informe de la FAO, “Panorama de la Inseguridad Alimentaria en América Latina y el Caribe 2015”, señala que en la región el número de hogares encabezados por mujeres ha aumentado a 17 por ciento, pero no se ha reconocido y no se han eliminado trabas para que puedan ser vistas como tal.
Según el informe, en la región solo entre ocho y 30 por ciento de los títulos individuales sobre la tierra están a nombre de mujeres. En el mundo, ellas no poseen siquiera el dos por ciento de la tierra y esto se debe a que las reformas y la desintegración de las explotaciones comunales han generado que la transferencia de los derechos pasen a los hombres.
En lo que se refiere al acceso a los créditos, en América Latina y en el mundo las mujeres solo tienen acceso al 10 por ciento de estos servicios financieros “porque las leyes y usos nacionales no le permiten compartir los derechos de propiedad con su marido o porque los esquemas de titularidad excluyen a la mujer cabeza de familia, con lo que no puede reunir los requisitos exigidas por las instituciones de préstamo”, señala la FAO.
En cuanto al acceso a los insumos agrícolas, como semillas mejoradas, fertilizantes y pesticidas, para las mujeres es limitado y “persiste una brecha de entre dos y 10 puntos porcentuales respecto a los hombres en términos de la asistencia técnica que reciben”, señala el informe. Adicionalmente, la mayoría de las culturas limita el acceso de las mujeres a la toma de decisiones.
“El limitado acceso de las mujeres a los recursos y su insuficiente poder adquisitivo derivan de factores sociales, económicos y culturales, todos interrelacionados, que le relegan a un papel subordinado, en detrimento de su propio desarrollo y el de la sociedad en su totalidad”, indica la FAO.
Según estudios realizados por la organización de las Naciones Unidas, ellas realizan dos actividades en áreas rurales que les consumen la mayor parte del tiempo: recolectar o recoger agua y leña.
Por eso, la FAO se ha pronunciado porque el aseguramiento del suministro de agua y la introducción de equipos para el procesamiento de las cosechas son decisivos para liberar el tiempo de las mujeres, quienes podrían utilizarlo, por ejemplo, en actividades educativas.
Hambre y desnutrición
En los últimos diez años, se ha registrado una reducción de 167 millones de personas hambrientas, según el Panorama de la inseguridad alimentaria en el mundo 2015, de la FAO.
Sin embargo, todavía hoy, una de cada nueve personas en el mundo sigue padeciendo hambre y la ONU asegura que el doble de mujeres que hombres sufre desnutrición, en tanto las niñas tienen el doble de posibilidades que los niños de morir por desnutrición.
Al respecto, el senador Fidel Demédicis Hidalgo, presidente de la Comisión de Desarrollo Rural, afirmó que en México hay 11,4 millones de personas con hambre y que 63,8 millones se ven afectadas por carencias de alimentación relacionadas con pobreza alimentaria, malnutrición y obesidad; la mitad de ellas son mujeres.
Fernando Soto, representante de la FAO en México, señaló que la causa del hambre y de la desnutrición no se debe a la falta de disponibilidad de alimentos, ya que se produce en el mundo la cantidad suficiente para que todos los seres humanos tengan una alimentación adecuada; sino a la falta de acceso a los alimentos, ya sea por no tener recursos para poder producirlos, o por la falta de recursos económicos para adquirirlos.
“Hay una paradoja de la abundancia, ya que hay alimentos suficientes, pero existen dificultades en el acceso, sobre todo a los alimentos sanos e inocuos para que las personas puedan tener una vida activa y saludable”, señala Soto.
Entonces, si las mujeres no tienen acceso a los recursos para producir los alimentos y tampoco tienen acceso a estos, no podrá alcanzarse la seguridad alimentaria.
La FAO dio a conocer que “el reto del futuro de la seguridad alimentaria será el concreto logro de la igualdad de acceso de las mujeres a los recursos para producir alimentos, así como de su poder adquisitivo para comprarlos ahí donde no se producen”.
En este sentido, la organización internacional también se ha pronunciado al señalar que uno de los principales obstáculos para lograr un reconocimiento de los papeles y responsabilidades reales de la mujer en la agricultura es la escasez de datos desagregados por género, que son fundamentales para entender las diferencias de papeles en la producción de alimentos y cosechas comerciales, en la gestión y control financieros de la producción, almacenaje y comercialización de los productos agrícolas.
Foto: Archivo AmecoPress.
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