TENÍAN LA oportunidad de corregir, de hacer las cosas bien, de poner orden y reflejar la realidad social, sin embargo nuestra confianza en el sistema se ve de nuevo fracturada y hemos presenciado un nuevo ataque a la dignidad, a la validez de la palabra de una mujer, reducido en una simple cuenta de votos 3 a 2. Tres votos que consideran que, a pesar de creer a la víctima según hechos probados, éstos no son producto de la violencia ni la intimidación, lo cual lleva a una pena de 9 años de cárcel para los protagonistas de lo que es, sin lugar a dudas, una violación grupal.
Una violación que niegan recurriendo a la “supuesta” duda de la existencia de la intimidación. Una duda inexplicable pues ¿cómo explicar entonces la inferioridad de una muchacha contra 5 ejemplares masculinos que la superan en número y fuerza física?
¿Cómo explicar la ocupación indebida de un espacio privado oscuro, reducido, sin transito ciudadano para ejercer esa superioridad con el único fin de la satisfacción propia?
¿Cómo explicar la aberrante situación de violencia física, psicológica ejercida sobre la muchacha, de manera sistemática en varias ocasiones, por varios miembros de esa auto denominada “Manada” de las cuales existen pruebas, imágenes, burlas, mensajes de whatsapp?
¿Cómo explicar la imposibilidad de huir de la víctima por ocupación de la única salida y la incapacidad de recurrir al auxilio tras arrebatarle el móvil?
Está claro que, como bien expresan en las 104 páginas que recogen la sentencia “la presión mediática no ha causado indefensión”, todo lo contrario, los protagonistas de ese abuso, violación y humillación salen exculpados por una errónea interpretación de una legislación que sigue atacando la dignidad, la voz, el cuerpo y la mente de las mujeres, considerando que el sometimiento y la pasividad son suficientes para demostrar la aceptación y donde se mantiene el patriarcal concepto de que la mujer se ha defendido cuando muere o es destrozada por sus violadores.
La interpretación que nos muestra la sentencia se sitúa muy alejada de lo que las mujeres pretendemos recoger en el Convenio de Estambul, muy alejado del clamor social, muy alejado del sentir colectivo y mucho más de nuestra lucha.
Tenían la oportunidad de corregir, de hacerlo bien y hemos tenido una nueva muestra de la humillación a la que todas las mujeres, especialmente las víctimas, se ven sometidas, de cómo además de los mil y un obstáculos que deben superar para iniciar la denuncia y mantener la misma hasta el final del proceso, tienen que soportar el constante desprecio hacia su dignidad y verdad por el simple hecho de ser mujeres.
Escuchad, os lo dejaremos claro, que no os quepa duda, en esta ocasión no habrá ni sometimiento ni pasividad, las mujeres nos negamos a someternos o morir, es tiempo de que empecéis a escuchar lo que la sociedad clama porque es tiempo de cambio, y queráis o no, el cambio ya está aquí y las humillaciones no quedaran impunes.
Madrid, 10 dic. 18. AmecoPress/ Revista Trabajadora. –